El edificio del paseo de la Castellana, número 81, en Madrid, es una torre exenta de 107 metros de altura que se prolonga lateralmente hacia el norte en un cuerpo bajo de tres plantas que se adosa a la parcela colindante. Se distribuye en treinta y siete niveles de planta, treinta y tres sobre rasante destinados a oficinas y comercio y cuatro bajo rasante destinados a garaje aparcamiento y a recintos de instalaciones.
El nivel inferior de los sótanos, llamado comercialmente sótano tercero, está dividido en dos sectores por los túneles del ferrocarril. El nivel superior de los sótanos, llamado comercialmente planta semisótano, tiene uso compartido de garaje y oficinas, ubicándose en ella el salón de actos y salas de reuniones.
Sobre rasante, las treinta y tres plantas se organizan mediante siete potentes plataformas estructurales de hormigón armado, que coinciden con los forjados de suelo de las plantas segunda, séptima, duodécima, decimoséptima, vigésimo segunda, vigésimo séptima y trigésimo primera. Dichas plataformas constituyen el apoyo de las subestructuras metálicas que conforman el resto de las plantas.
Dentro de este esquema estructural, hay plantas con distinto carácter, uso y altura libre. Así, la planta baja se retranquea en todo el perímetro de la torre, ocultando su contacto con el terreno y evitando la existencia de un basamento a la manera tradicional. Las plantas duodécima, vigésimo segunda y trigésimo primera son entreplantas técnicas de acceso restringido y altura libre reducida, ciegas al exterior. Las plantas primera, sexta, undécima, decimosexta, vigésimo primera, vigésimo sexta y trigésima, ubicadas bajo las plataformas de hormigón, tienen mayor altura libre, con la estructura de hormigón coloreado en tono pardo como techo. A su vez, la planta trigésimo primera y los dos torreones que constituyen la planta trigésimo segunda están ocultos por una celosía de perfiles horizontales de acero corten, a modo de remate o coronación.
Las fachadas de la torre manifiestan con claridad la organización de los niveles interiores mediante la alternancia de petos revestidos de acero corten y bandas acristaladas con lunas tintadas en color bronce. La carpintería de aluminio queda oculta igualmente por las planchas de acero corten atornilladas a los perfiles. Pasarelas de mantenimiento recorren todo el perímetro de la torre en cada uno de los niveles, marcando líneas horizontales. En las fachadas este, sur y oeste, el efecto se refuerza de modo espectacular mediante bandejas de tramex que tienen la función de reducir el soleamiento directo.
La torre adquiere así el aspecto de una fortaleza ejecutada exteriormente solo con dos materiales entonados cromáticamente, acero corten y vidrio, con una serie de ritmos horizontales complejos cuyas irregularidades no son fruto del capricho, sino respuesta a requerimientos técnicos y funcionales.
Esas mismas diferencias o irregularidades que aparecen planta a planta se aprecian entre las distintas fachadas, que incorporan los elementos necesarios para satisfacer necesidades concretas de control del soleamiento. Así, la fachada oeste incluye un segundo nivel de lunas tintadas verdes para reducir el molesto sol de poniente, y la fachada norte se desnuda de parasoles por no ser necesarios.
El arquitecto consigue que a pesar de esas diferencias o peculiaridades, el edificio no pierda la unidad ni los valores formales y compositivos. Esta manera de proyectar en la que cada elemento se adapta o modifica lo necesario para dar respuesta a una necesidad concreta aproxima este edificio de un modo sutil y menos evidente que en las Torres Blancas del mismo autor al concepto de arquitectura orgánica.
Una de las peculiaridades del edificio es su implantación en el terreno. El arquitecto opta por crear una depresión en los espacios exteriores del este y sur de la parcela, disponiendo plataformas a distintos niveles. La torre se hunde en el terreno y se rodea de un auténtico patio inglés, desapareciendo el basamento tradicional. Los accesos al edificio se plantean en varios puntos del contorno y con diferente carácter. Bajo las fachadas este y sur de la torre se sitúan dos accesos, disimulados por el retranqueo de la planta baja, mientras que en el cuerpo lateral se plantea una entrada más representativa y convencional al nivel de la rasante de la calle.
Interiormente, las plantas baja y primera, que constituyen la parte pública del edificio, forman una unidad espacial compleja, con vacíos y escaleras de conexión. En este ámbito se utilizan materiales y colores diversos para proporcionar un ambiente de mayor riqueza e interés formal.
La planta de la torre se organiza en torno al eje constituido por los dos núcleos de hormigón, ocupados por ocho ascensores, y el resto de elementos funcionales como escaleras, aseos, patinillos y ascensores suplementarios. En origen los espacios de oficinas formaban un anillo en torno a este eje central, pero la introducción en el año 2000 de una tercera escalera de emergencia ha cortado el anillo por el oeste.
Los espacios de oficinas se caracterizan por su limpieza y diafanidad. El aire acondicionado se distribuye por consolas de aluminio continuas que constituyen los petos de fachada, liberando los falsos techos. En éstos, la modulación se manifiesta con potente perfilería de aluminio extrusionado vista y paneles acústicos donde van encajadas las luminarias, realizadas a medida para esta dimensión. Los pilares metálicos que aparecen en las plantas tipo están encamisados en vainas cilíndricas de acero inoxidable soldadas y pulidas artesanalmente.
La modulación de las fachadas hace posible la subdivisión de espacios interiores acometiendo directamente a los maineles de separación del vidrio y a la perfilería del falso techo, manteniendo el orden y el diseño coherente en todos los espacios.
Concluyendo, el edificio del paseo de la Castellana, número 81, en Madrid, es una obra singular dentro de la arquitectura reciente de la Comunidad de Madrid por diversos motivos, entre ellos su original concepción estructural, sus proporciones generales extraídas de las teorías clásicas sobre la belleza, un cuidadoso diseño soportado en un riguroso estudio de modulación dimensional de todas sus partes y una acertada elección de los materiales, todo ello dentro de la más estricta modernidad para el momento de su construcción. Su localización en uno de los solares más destacados del gran eje del paseo de la Castellana le asegura una presencia en el paisaje urbano con carácter de hito arquitectónico de primer orden. Por todo ello, se considera que tiene los valores arquitectónicos que prevé el artículo 2 de la Ley 3/2013 de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid para su declaración como Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento.