Manolete en la explanada de Las Ventas

Manolete. El hombre. El mito

Secciones

Un siglo después, Manolete sigue vivo

Con motivo del 100 aniversario del nacimiento de Manuel Rodríguez, "Manolete", el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid organizó una gran exposición en honor a este torero revolucionario. Costó trabajo desentrañar, en la primavera de 2017, la personalidad de Manolete. Casi todos los hombres y mujeres que lo conocieron en vida ya habían muerto; sin embargo, en los fondos de Las Ventas, se conservaban unas pocas entrevistas, muchas fotografías y algunos vídeos que podían arrojar algo de luz sobre su figura. Éste fue, precisamente, el objetivo de la exposición: conocer a Manolete hombre y los factores que hicieron de él un mito.

Desde su Córdoba califal, romana y señorial, ocupando aquel espacio de campiña que lo vio nacer, Manuel Rodríguez Sánchez, con una ascendencia taurina y trágica impregnada en sus genes, tenía reservado un lugar en la Historia de la Tauromaquia junto al nombre de Pepete: su tío abuelo moriría en las astas de Jocinero, primer Miura de una larga leyenda trágica; y él lo haría aquella tarde de Linares de 1947 por culpa de otro Miura, Islero.

Pero Manolete fue mucho más. Fue un hombre de su época y, quizás, no quería más que vivirla con su gente, principalmente, sus grandes amores, es decir, su madre y su novia, Angustias Sánchez y Lupe Sino. Él hizo carne, mejor que nadie, el impacto de una aparición y una desaparición en una España que apenas despertaba tras la sangrienta guerra, capaz de movilizarse para admirar en el ruedo la figura de un torero cuya personalidad, desde Belmonte, no se había vuelto a ver.

El célebre director de cine norteamericano Orson Welles reconoció que, si hubiera sido español, se habría sentido orgulloso de vivir en el mismo siglo que Manolete. “Tenía algo de un santo y algo de Don Quijote, porque Don Quijote consideraba a los molinos como gigantes, y Manolete trataba a los toros como si fueran molinos".

Esa impavidez, esa hidalguía, esa elegancia de califa sin trono, esa luz que viste a los dioses heridos, lo convirtieron en mito. Manolete ofrecía cada tarde, de forma estoica, porque así estaba escrito, sencilla y llanamente, su vida.